Foto: Johann Piber

Almaraz-Valle Víctor Manuel1Vieyra-Alberto Mayra Carolina1Rodríguez-Pineda José Luis2*Rodríguez-Maciel J. Concepción1

1Posgrado en Fitosanidad-Entomología y Acarología, Colegio de Postgarduados, México

2Posgrado en Economía, Colegio de Postgraduados, México

*Autor de correspondencia2: rodriguez.joseluis@colpos.mx; jose.wyv1806@gmail.com

La agricultura y el nacimiento de la civilización

Hace más de 11,000 años la humanidad era nómada. Es decir, los grupos humanos vivían en constante movimiento,seguían a los animales que cazaban (Figura 1), recolectaban frutos, raíces y semillas de forma estacional para complementar su alimentación. Aparte de realizar un gran esfuerzo para recolectar los alimentos, también desarrollaron destrezas y estrategias para evitar ser comidos por los depredadores que merodeaban el mismo ecosistema. Los pequeños grupos de humanos mantenían una economía basada en la supervivencia diaria y, en la medida de lo posible, guardaban provisiones para temporadas de escasez como en invierno.

Hace aproximadamente 10,000 años, la mujer que se quedaba al cuidado de los infantes, notó que algunas semillas que se quedaban tiradas en el suelo germinaban. Este hecho no pasó desapercibido y seguramente le dieron seguimiento al crecimiento de esas plantas, (Figura 1) notando que necesitaban agua para desarrollarse; asumimos que el suelo tenía nutrientes suficientes para soportar el crecimiento vegetal y no había necesidad de suministrar nutrientes adicionales. Por lógica deducimos que trataron de hacer germinar semillas de aquellas plantas que consideraban valiosas para su alimentación, y crecieron seguramente hasta dar frutos. Posteriormente, de las especies de interés, seleccionaron las que consideraron las mejores variantes genéticas para reproducir. Inicialmente esas practicas agrícolas se tomaron como complemento de los alimentos que a diario recolectaban. Por tanto, es posible que durante algún tiempo la agricultura haya convivido con la caza y la recolección.

Figura 1. La vida del hombre cuando era cazador-recolector y la mujer desarrollando la invensión más grande que la humanidad ha podido hacer: la agricultura. Imagen creada con OpenAI, 2025

En este proceso se sustentó en observaciones cuidadosas que revelaron las necesidades de las plantas para desarrollarse y se confrontaron con el primer problema de sanidad vegetal: la maleza, misma que eliminaron de manera manual. Entender en pequeña escala las bases del cultivo de las plantas que sembraron, les permitió seleccionar las variantes biológicas que reunían las características que consideraban deseables. Así nació pués la domesticación aparejada de un mejoramiento genético generación tras generación. Esta transformación, paso a paso llevó a lo que hoy se conoce como la “Revolución Neolítica”, fue lenta pero irreversible. A medida que las comunidades aprendieron a domesticar plantas y animales, se volvieron menos dependientes del azar y más capaces de planificar su vida basada en laalimentación derivada de las actividades agrícolas (Jovanović et al., 2016). 

El nacimiento del sedentarismo

La agricultura trajo consigo una transformación radical: el sedentarismo y la civilización. Al asegurar una fuente más predecible de los alimentos, ya no era necesario migrar constantemente, ni buscar la comida por los caminos y senderos. Así, surgieron los primeros poblados y, con el tiempo, las primeras ciudades. Existen evidencias arqueológicas en sitios como “Tappeh Sang-e Chakhmaq” (noreste de Irán) que muestran indicios de comunidades que pasaron de la recolección a cultivar sistemáticamente entre los años 8000 y 6000 a.C. (Roustaei et al., 2015). Un elemento clave en esta transformación fue el agua. Las primeras civilizaciones se erigieron cerca de grandes ríos, ya que estos proporcionaban no solo agua potable, sino también suelos fértiles gracias a los crecimientos naturales de los caudales de manera estacional.

Los primeros asentamientos

La antigua China (7000–5000 a.C.) se desarrolló en dos polos agrícolas distintos, cada uno influenciado por su clima y geografía fluvial, en el valle del río “Yangtsé”, húmedo y tropical, se originó el cultivo de arroz en terrazas inundadas (arrozales). La técnica implicaba llevar agua hacia terrazas construidas en pendientes, controlando el flujo mediante diques y presas. También se encontraba la región en el río Amarillo “Huang He”, de clima más árido, en este lugar floreció una agricultura basada en la producción de mijo, sorgo y trigo. Aquí, el desafío era retener el agua proveniente de la escasa lluvia mediante pozos y técnicas de captación de agua.

Los agricultores chinos no solo domesticaron plantas, sino que también desarrollaron herramientas y tecnologías como el arado de hierro y sistemas de irrigación con canales artificiales. Estas técnicas permitieron sostener poblaciones crecientes y asentamientos complejos desde épocas tempranas, lo que facilitó el surgimiento de dinastías importantes como la “Xia” y “Shang” (Hung, 2014).

Los Sumerios como civilización

En el oriente próximo, se encontraba Mesopotamia (4000 a.C.) denominada como la “tierra entre ríos” —el Tigris y el Éufrates— entre estos grandes ríos nació la civilización Sumeria, una de las más antiguas de la humanidad (Figura 2). Allí, el aprovechamiento del agua fue determinante para el desarrollo social y de la agricultura. A falta de lluvias regulares, los sumerios diseñaron un sofisticado sistema de riego conformado por canales, represas y acequias quepermitían conducir el agua de los ríos hacia los campos, incluso a kilómetros de distancia mediante arrastre por gravedad.

El sistema agrícola de los sumerios era de carácter colectivo y estatal, mantenido por obreros y supervisado por autoridades locales y templos. De esta manera, pudieron sostener una producción abundante de cultivos como la cebada (el grano más importante), el trigo, la lenteja, los dátiles y el lino. La cebada era la base alimentaria y económica; incluso servía como medio de pago. El dominio de los sistemas de riego aunado a la tierra fértil del territorio impulsó la expansión urbana y el surgimiento de ciudades como las “Uruk”, “Ur” y “Lagash”, donde además se consolidaron sistemas de escritura, leyes y administración estatal como resultado del éxito de la civilización (Maekawa, 1966;Tamburrino, 2010).

Figura 2. Civilización Sumeria. La agricultura apoyandose en la disponibilidad de agua y ésta apoyando a la parte urbana. Imagen creada con IA (OpenAI, 2025).

Además, los sumerios y sus sucesores babilonios (cerca de la actual ciudad de Hilla) no solo innovaron en las técnicas de irrigación de los campos, sino que también construyeron espacios verdes impresionantes de carácter paisajístico. El mejor ejemplo es el de los Jardines Colgantes de Babilonia, considerados una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Se cree que estos jardines, elevados sobre terrazas, eran abastecidos mediante sistemas hidráulicos avanzados como tornillos de Arquímedes o norias para elevar el agua desde el rio Éufrates (Stevenson, 1992).

El inicio de Egipto

En el noreste de África, los antiguos egipcios (3100 a.C.), asentados a la orilla del Nilo crearon la ciudad de Menfis actual ciudad del Cairo, aprovecharon los crecimientos de agua anuales del río las cuales dejaban una capa de lodo fértil ideal para la siembra, de tal manera que implementaron modos de producción agrícola con herramientas simples como las“shadufs” (palancas con contrapeso para extraer agua), azadas y arados de madera. Sus principales cultivos incluían el trigo, la cebada, la lenteja, las habas, las cebollas, el ajo, las uvas y los dátiles (en huertos). El Nilo no solo daba vida al lugar, sino también proporcionaba estructura a la civilización y sostenía la agricultura. Los egipcios crearon canales secundarios para extender las zonas cultivables. Además, entre sus creencias consideraban que rezar a sus dioses como “Hapy” (asociado a la fertilidad del río) contribuiría a la abundancia y prosperidad. Por su parte, el control del agua y de la cosecha estaba estrechamente ligado a la administración del faraón y los templos religiosos (Salama et al., 2024).

El surgimiento de Tenochtitlán

En otro lado del mundo, se encontraba Tenochtitlán (1325 d.C.), actualmente la Ciudad de México, lugar en dondelos mexicas siguieron un patrón sorprendentemente similar al de otras civilizaciones antiguas, se asentaron cerca de un cuerpo de agua, el lago de Texcoco, donde construyeron la majestuosa capital del “Imperio Mexica”. Para sobrellevar las condiciones pantanosas, desarrollaron un sistema agrícola único y altamente sofisticado “las chinampas” que les permitieron prosperar como civilización. Las chinampas le daban forma al estilo de agricultura, eran islas flotantes artificiales, creadas con una mezcla de capas de lodo, vegetación acuática, ramas y esteras. Estas islas estaban ancladas al fondo del lago con árboles como los ahuejotes (Salix bonplandiana) y estaban dispuestas en franjas rectangulares separadas por canales navegables.

Este sistema les permitía cultivar durante todo el año gracias a la humedad constante del agua circundante y a su eficiente sistema natural de riego por capilaridad. Los principales cultivos que se producían en estas plataformas eran el maíz, el frijol, el chile, la calabaza, los tomates, el amaranto y las flores ornamentales (como cempasúchil y dalias). El agua no solo servía para irrigar los cultivos, sino que también era parte integral del diseño urbano. Estratégicamente, la ciudad de Tenochtitlán era atravesada por una red de canales, muchos de los cuales eran navegables en canoa, lo que facilitaba el transporte de personas, bienes y alimentos desde las chinampas hasta los mercados. Asimismo, el sistema incluía acueductos y calzadas elevadas con puentes desmontables que conectaban la ciudad con tierra firme.

Este ingenioso uso del entorno convirtió a Tenochtitlán en una de las ciudades más grandes y avanzadas del mundo en su época, capaz de sostener a una población de más de 200 mil personas (Kiple, 2007).

La Revolución Verde

En el noroeste de México, específicamente en Sonora, de manera silenciosa y con arduo trabajo físico y mental a mediados de los 40´s se empezó a gestar un cambio de paradigma que cambió radicalmente nuestra historia. El Programa Cooperativo Mexicano para el mejoramiento del trigo, financiado por la fundación Rockefeller dio origen a lo que se conoce como  Revolución Verde. Este movimiento fue un parteaguas en la historia moderna de la agricultura mundial. No fue una lucha con armas, sino una transformación profunda que cambió para siempre la forma en que el mundo producía sus alimentos. En el Campo experimental deo INIFAP (Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias) ubicado en Ciudad Obregón, Sonora, un hombre visionario, Norman Borlaug, dedicó su vida a combatir el hambre a través de la ciencia.

Norman Borlaug, fue un ingeniero agrónomo y genetista estadounidense, es considerado el padre de la Revolución Verde (Figura 3). Con una mente brillante y un corazón comprometido con la humanidad. Borlaug y su equipo de colaboradores, principalmente de la Escuela Nacional de Agricultura, hoy Universidad Autónoma Chapingo, desarrollaron variedades mejoradas de trigo resistentes a enfermedades como la roya, de alto rendimiento y adaptables a distintas condiciones climáticas. La meta de este genio y de su equipo de trabajo era ayudar a países como México, India y Pakistán, donde el hambre amenazaba a millones de personas.

El impacto fue asombroso y no solo en esos países, sino en todo el mundo. Gracias a esta nueva forma de ver la agricultura, la producción de alimentos se multiplicó en muy poco tiempo. La revolución Verde se sustentó en usar  semillas mejoradas, fertilizantes, sistemas de riego y técnicas modernas de cultivo. En poco tiempo, la producción de alimentos calmó el hambre de millones de personas. Se estima que esta revolución salvó a más de mil millones de personas de la desnutrición y la escasez.

Pero más allá de los números, que son reales, la Revolución Verde demostró que la ciencia, cuando se pone al servicio de la humanidad, tiene el poder de cambiar el destino de las naciones. Hay quienes niegan los beneficios de la Revolución Verde, ignorando el hecho de que si este movimiento no hubiera existido, probablemente ellos tampoco. Este cambio de paradigma fue un acto de valentía y visión, una hazaña que alimentó al mundo en uno de sus momentos más críticos.

Figura 3. El Padre de la Revolución Verde disfrutando de sus investigaciones de campo en beneficio de la humanidad. Imagen creada con IA (OpenAI, 2025).

Es impresionante lo que una sociedad puede lograr cuando la mayoría de sus habitantes no están obligados a producir lo que comen. Pensemos en Charles Darwin, Albert Einstein e Isaac Newton: tres gigantes que cambiaron para siempre la forma en que entendemos la vida, el universo y las leyes de la naturaleza (Figura 4). Ninguno de ellos habría podido dedicar largas jornadas al estudio, a la experimentación y a la reflexión profunda si cada mañana hubiera tenido que arar la tierra, cuidar el cultivo y cosechar para sobrevivir; esto sin contar con los enormes riesgos que se corren en el campo como sequías, vientos fuertes, inundaciones, heladas, etc., etc. Si sus días hubieran estado ocupados en procurar el sustento diario, se hubiera retrasado conocer, quien sabe cuánto tiempo, la teoría de la evolución, la relatividad, así como las leyes fundamentales que rigen el movimiento y la gravedad. ¡Imagínense como sería nuestra vida si estos grandes avances científicos y tecnológicos llegaran esta década!

Darwin pudo embarcarse en el Beagle y pasar años observando de manera profunda y con paciencia la naturaleza. Otros producían los alimentos que este genio consumía. El Dr. Albert Einstein elaboró su revolucionaria teoría de la relatividad no entre surcos y arados, sino en bibliotecas, laboratorios y salas de conferencias, alimentado gracias al trabajo agrícola. Por su parte el Dr. Isaac Newton, mientras el mundo era sacudido por la peste, pudo aislarse en el campo y, en medio de la calma de su retiro, concebir el cálculo, la óptica moderna y la teoría gravitacional. En todos los casos, detrás de sus obras maestras había un hecho silencioso pero crucial: no necesitaban producir su propia comida.

Y no es sólo cosa de genios excepcionales. La posibilidad de que una persona no tenga que dedicar sus horas a la producción de alimentos abre la puerta a un universo de oportunidades para todos: cirujanos que salvan vidas, enfermeros que brindan cuidados incansables, filósofos que iluminan nuestro pensamiento, maestros que siembran conocimiento en millones de mentes jóvenes, estudiantes de todos los niveles que construyen el futuro… todos ellos pueden cumplir su vocación porque existe un grupo de seres humanos —los agricultores— que, con su esfuerzo silencioso, aseguran el alimento de cada día.

Figura 4. La agricultura libera a las mentes brillantes de la necesidad de producir sus alimentos. Imagenes creada con IA (OpenAI, 2025)

No tener que producir lo que comemos nos ha hecho la vida más cómoda, nos ha permitido construir hospitales, universidades, teatros, museos y centros de investigación. Nos ha permitido soñar, curar, explorar el espacio, descubrir el ADN, construir puentes gigantescos y crear sinfonías. Cada persona que puede dedicarse por completo al arte, a la ciencia, a la enseñanza o al servicio a los demás. Este milagro se logró gracias a que la agricultura que comenzó hace aproximadamente 10,000 años, continúa hasta hoy. Por eso, cada vez que pensemos en la grandeza humana, no olvidemos que en el origen de todo están las manos que siembran, cultivan y cosechan. Ellas, silenciosas y constantes, sostienen el mundo.

La agricultura: madre denuestra civilización

Hasta abril de 2025, la población mundial se estimaba en aproximadamente 8,250 millones de personas (WPR 2025). De esta cifra, alrededor de 26% (2,145 millones de personas) se dedica a producir, transformar y distribuir los alimentos que nos nutren (WBG 2025). (https://data.worldbank.org/indicator/SL.AGR.EMPL.ZS).​ Este sector sigue siendo fundamental no solo para la seguridad alimentaria global, sino también para el sustento de millones de familias, especialmente en regiones rurales y en países en desarrollo. El resto de la población se dedica a actividades ajenas consolidando la civilización como la conocemos.

Más allá de un medio para obtener alimento, la agricultura fue la raíz de la cultura, el poder político y la identidad humana. Como un medio importante para asegurar el sustento alimenticio de los grupos humanos, dio paso al nacimiento de aldeas, ciudades, comercio, escritura, religiones y estados. El dominio del agua y del cultivo no solo alimentó a la población, sino que estructuró la sociedad misma. Por lo anterior, la historia nos enseña que la civilización humana no se construye sobre la plata, el oro, o los diamantes. Se construye con el suelo, el agua, las plantas y los insumos que ésta necesita. Sin agricultura, no hay sociedad.

Nada está exento de riesgos. Hoy, más de medio siglo después, el mundo enfrenta nuevos desafíos. El calentamiento global, la degradación del suelo, la pérdida de biodiversidad y la contaminación del agua nos llaman a pensar una nueva Revolución Verde. Esta vez, no se trata solo de producir más, sino de producir mejor: cuidando la tierra, protegiendo a los polinizadores, respetando los ciclos naturales y asegurando que todos, sin excepción, tengan acceso a alimentos sanos, suficientes y producidos con dignidad.

La nueva revolución no estará en manos de una o de pocas personas, sino de toda la sociedad: agricultores, científicos, jóvenes, mujeres rurales, consumidores conscientes, gobiernos comprometidos, todos sembrando juntos un futuro donde la agricultura vuelva a ser sinónimo de vida. El camino, para el bien de la humanidad, debe ser buscar un futuro donde el progreso no se mida solo en toneladas, sino también en salud, justicia y en respeto a la naturaleza.

Conclusión

Las grandes civilizaciones del pasado no surgieron por casualidad, tuvieron su origen en un destello de sabiduría profunda cuando las mujeres inventaron la agricultura hace aproximadamente 10,000 años. El ser humano, conociendo las necesidades de las plantas, se asentó en lugares estratégicos, cerca de cuerpos de agua estables y aprovechables, donde el suelo fértil y las condiciones naturales permitían un florecimiento agrícola sostenido. Regiones como Mesopotamia y Egipto desarrollaron técnicas agrícolas sofisticadas que permitieron el crecimiento de sus pueblos y el esplendor de sus culturas. La llamada Revolución Neolítica fue mucho más que un cambio en la forma de alimentarse. Fue el nacimiento de la planificación, del trabajo colectivo, del almacenamiento de excedentes y del intercambio. Gracias a ella surgieron las primeras aldeas, que con el tiempo se convirtieron en ciudades, y luego en estados organizados. La Revolución Verde representó el avance más importante de la humanidad en lo que respecta a producción masiva de alimentos. La agricultura no solo garantizó la subsistencia; también fue la chispa que encendió el desarrollo de las artes, la ciencia, la escritura, la arquitectura y la política. Al liberar tiempo y recursos, le permitió a las personas soñar, pensar reflexionar y transformar al mundo. Es altamente probable que si la agricultura no hubiera nacido, ya no habría seres humanos en ninguna parte de este planeta. Por todo esto, no hay duda: la agricultura es la madre de la civilización, la raíz profunda de todo lo que somos

Referencias

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Jovanović, J., Blagojević, T., de Becdelievre, C., & Stefanović, S. (2016). The stress of farming: bodies and health duringthe Mesolithic and the Neolithic Transition in Serbia. International Union of Anthropological and EthnologicalSciences – World Anthropologies and Privatization Knowledge (IUAES), Dubrovnik, Croatia. Zenodo. https://doi.org/10.5281/zenodo.1248014

Kiple, K. F. (2007). Promiscuous plants of the northernfertile crescent. In A Movable Feast: Ten Millennia of FoodGlobalization (pp. 25–35). Chapter, Cambridge: Cambridge University Press.

Maekawa, K. (1966). Agriculture in Ancient Sumer. Bulletinof the Society for Near Eastern Studies in Japan, 9. https://doi.org/10.5356/JORIENT.9.2-3_17.

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Reade, J. (2000). Alexander the Great and the Hanging Gardens of Babylon. Iraq, 62, 195–217. https://doi.org/10.2307/4200490

Roustaei, K., Mashkour, M., & Tengberg, M. (2015). TappehSang-e Chakhmaq and the beginning of the Neolithic innorth-east Iran. Antiquity, 89, 573–595. https://doi.org/10.15184/aqy.2015.26

Salama, M., Kandil, H., & Mohamed, A. (2024). Organicfarming in ancient Egypt. International Journal of BioorganicChemistry. https://doi.org/10.11648/j.ijbc.20240902.15

Stevenson, D. W. (1992). A proposal for the irrigation of the Hanging Gardens of Babylon. Iraq, 54, 35–55. https://doi.org/10.1017/S0021088900002473

Tamburrino, A. (2010). Water Technology in Ancient Mesopotamia. In: Mays, L. (eds) Ancient Water Technologies. Springer, Dordrecht. https://doi.org/10.1007/978-90-481-8632-7_2 (Accesado Abril, 2025).

WBG (World Bank Group). 2025. Employment in agriculture. https://data.worldbank.org/indicator/SL.AGR.EMPL.ZS(Accesado Abril, 2025).

WPR (World Population Review). 2025. Explore the world populations through data. https://worldpopulationreview.com/(Accesado Abril, 2025).

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